26 mayo 2010

Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda en Turquía



El alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo, divulga en Turquía su modelo de democracia postcapitalista “Marinaleda constituye un ejemplo de que es posible construir hoy la sociedad que queremos para mañana”
Antonio Cuesta de Rebelión



El alcalde de Marinaleda (Sevilla), Juan Manuel Sánchez Gordillo, finalizó hoy en Turquía una visita oficial de cuatro días invitado por el izquierdista Partido Libertad y Solidaridad (ÖDP), durante la que expuso su modelo de gobierno municipal democrático y anticapitalista. A su llegada a Estambul, Gordillo ofreció una rueda de prensa en la que explicó a los medios turcos las líneas destacadas de la gestión comunitaria en Marinaleda y criticó duramente el sistema capitalista.

Para el dirigente andaluz “el capitalismo es un sistema terrorista porque se basa en la desigualdad, la violencia y la injusticia, que además ha provocado la crisis económica que vive el planeta” y culpabilizó “al egoísmo infinito de la burguesía financiera” de causar “la mayor estafa de los últimos 50 años a nivel mundial”.

Gordillo hizo un llamado a la unión internacional de la clase obrera “como hace la burguesía”, pues “la crisis de los ricos la estamos pagando los pobres” y acabar de una vez por todas con el sistema capitalista y fundar otro modelo en el que el ser humano sea el centro de la economía. Para el líder revolucionario esa alternativa debería tener en cuenta: la nacionalización de la banca; el fin del actual modelo agrario y la apuesta por la soberanía alimentaria; la tierra, el agua y las semillas no pueden ser mercancías sino un derecho de los pueblos; poner la energía al servicio de las poblaciones y no de las multinacionales; considerar la vivienda como un derecho de las familias y las personas y no como objeto de especulación; y el respeto de la naturaleza por encima de cualquier interés económico.

Democracia económica También se refirió a detalles concretos sobre la experiencia de Marinaleda. En este sentido explicó cómo gracias a la lucha sostenida durante a ños contra los terratenientes, la localidad consiguió tierras destinadas a la producción colectiva y a partir de ahí se generó una agroindustria local. Los jornaleros pasaron de trabajar un mes al año a ser cooperativistas de un proyecto colectivo que genera pleno empleo y beneficios para la comunidad. “En Marinaleda hicimos real la máxima de que la tierra es para quien la trabaja”, explicó Gordillo. Los beneficios sociales y económicos son indudables: no hay paro, se frenó la emigración y todos los beneficios revierten en los trabajadores y en el pueblo. Con ello se ha hecho realidad la democracia económica.

Democracia política La propuesta alternativa de Marinaleda tiene también su expresión en el campo de la política, como no podía ser de otra forma. Según explicó su alcalde, la democracia directa y participativa permite que sean los vecinos los que cada día decidan con total libertad sobre sus asuntos. La Asamblea comunal se convierte d e ese modo en el máximo órgano de decisión, por encima del Ayuntamiento, en cuestiones como los impuestos, el presupuesto municipal, la asignación de partidas presupuestarias, los programas sociales, de vivienda, etc. Todos los cargos públicos son revocables por la Asamblea. Los vecinos deciden sobre sus problemas, de forma que Marinaleda funciona como una especie de comuna donde los trabajadores mandan sobre los hechos de su vida, y donde los responsables políticos somos los primeros en la lucha y los últimos a la hora de recibir beneficios. La ética es fundamental en la política, remachó Gordillo.
Democracia social El tercer aspecto fue el de conseguir una democracia social, y en este terreno el programa municipal de viviendas ha sido el principal símbolo de esta conquista. El municipio necesitaba casas pero destinadas a quienes no tenían recursos: los trabajadores y sus hijos. La materialización de este programa son construcciones de 90 m2 , con 3 habitaciones y un patio de 100 m2, para las que el ayuntamiento ha puesto los proyectos técnicos necesarios, materiales y obreros, y el beneficiario su trabajo durante la construcción y 15 euros mensuales una vez finalizada. Pero también se han creado guarderías públicas a un precio aún más bajo que el de las viviendas, instalaciones deportivas y de ocio gratuitas, y un servicio sin coste de atención a mayores ofrecido por voluntarios. La alegría es un derecho del pueblo, y por tal motivo se organizan festivales y los denominados “domingos rojos”, en los que los vecinos ayudan y comparten su tiempo para mejorar los jardines y calles del pueblo.

Alcanzar la utopía Para Gordillo Marinaleda constituye un ejemplo de que es posible construir hoy la sociedad que queremos para mañana. “La utopía no es algo que no se pueda conseguir luchando: la utopía del pleno empleo, la utopía de una vivienda para todos, la utopía de qu e la tierra sea para quien la trabaja, los beneficios para quien los produce y el bienestar para toda la sociedad, la utopía de que no haya ni dirigentes ni dirigidos”. Hay que ser optimistas, recalcó, pues “el optimismo es de izquierdas y revolucionario, y el pesimismo de derechas y reaccionario”.

Crisis española Preguntado por el impacto de la crisis en Andalucía y en el estado español, Gordillo aseguró que la crisis ha dejado al descubierto que el mito del mercado autorregulador es una gran mentira y en el caso español el problema se ha debido a que la economía estaba basada fundamentalmente en la especulación inmobiliaria, “hay 4 millones de vivivendas vacías y millones de personas sin vivienda”. Como solución propuso la unión de la izquierda sindical y política, la lucha y la movilización creativa de la población. “Hay que ir hacia una economía productiva y solidaria” puntualizó. Durante las jornadas del domingo y el lunes Sánc hez Gordillo visitó las localidades de Samandağ y Aknehir, en el sureste del país, donde gobierna el ÖDP desde las últimas elecciones municipales. Ahí mantuvo numerosos encuentros con dirigentes políticos y vecinos para explicar su modelo alternativo postcapitalista.

Ayer martes, como cierre de su visita, tuvo lugar un acto público en Estambul en el que volvió a insistir en la necesidad de la lucha para acabar con el injusto y criminal sistema capitalista. Su exposición estuvo acompañada de un breve documental sobre la historia, el funcionamiento y los logros alcanzados en Marinaleda durante 30 años, y la participación del público permitió ahondar más en determinados aspectos como la organización de las cooperativas, las cuestión de género o la viabilidad del proyecto ante los ataques de la burguesía y el fascismo. Gordillo recordó que sólo se pierden las batallas que se abandonan, y que vencer al capitalismo es una lucha muy dura y difícil pero no im posible.

Antonio Cuesta es corresponsal en Turquía de la agencia Prensa Latina

TIEMPOS DIFÍCILES por Pedro Arrojo




Tiempos difíciles para la democracia

El problema está en que no hay capacidad ni liderazgo político para afrontar los cambios necesarios.


25/05/2010 PEDRO Arrojo, Profesor del Departamento de Análisis Económico de
la Universidad de Zaragoza.

Tiempos difíciles para la democracia cuando, en plena crisis, la ciudadanía percibe que no gobiernan tanto quienes más votos recibieron, como quienes más dinero acumularon. Malos tiempos, cuando quienes mandan son los mercados, ese eufemismo impersonal y misterioso tras el que se esconden respetables nombres y apellidos, que amenazan a los gobiernos y exigen austeridad al pueblo llano a fin de restaurar la confianza de los mercados, es decir, sus espectaculares beneficios empresariales-

En una situación como la actual, no seríamos pocos los que estaríamos dispuestos, de buen grado, a ceder un 10% de nuestro sueldo, reduciendo nuestra jornada de trabajo, para aliviar el drama del paro. Incluso pienso que una medida generalizada de reducción de la jornada laboral, con la correspondiente reducción de salario para quienes ganamos un sueldo holgado, tendría una notable aceptación social. Pero, eso sí, con una triple condición: que el sacrificio se proyectara de forma fiable sobre los necesitados; que la medida fuera parte de un paquete en el que los que más ganan pasaran a contribuir al esfuerzo colectivo por delante y de forma proporcional a su riqueza, y, finalmente, que hubiera un liderazgo político creíble y moralmente consistente.

Esta última premisa no es baladí, sino absolutamente esencial. Zapatero ganó sus primeras elecciones con un enorme capital de prestigio moral al hacer posible lo políticamente incorrecto, pero masivamente reclamado por la gente: traer de vuelta a las tropas de Irak. Sin embargo, por desgracia, me temo que ese prestigio se desmorona de forma lamentable.

Desde mi punto de vista, apenas si hemos asistido a los primeros capítulos de esta crisis global. ¿Cómo puede explicarse que se hayan esfumado miles de millones de euros de dinero público, inyectados al sistema financiero privado, para dinamizar el crédito, sin apenas conseguir liquidez financiera? Solo hay una explicación: que los bancos y cajas, incluso los pretendidamente saneados, conscientes del enorme agujero generado por sus operaciones de ingeniería financiera, optaron por rellenar una parte del agujero, aunque fuera mínima, antes que liberarlos hacia el sistema productivo en forma de créditos. Y esa situación la conocen no solo los bancos, sino también los grandes capitales, a buen recaudo en paraísos fiscales (de nuevo otro eufemismo que no hace sino ocultar las vergüenzas del sistema). En estas condiciones, no es esperable que esos capitales, conociendo la realidad inconfesada del sistema financiero, vayan a lanzarse a la arena productiva a corto o incluso a medio plazo. Y lo que es más grave, la capacidad de las finanzas públicas, en el plano global, dispone en estos momentos de muy poco margen tras los esfuerzos realizados. Dicho en otras palabras: la vulnerabilidad es extrema, como se ha demostrado con Grecia, que, siendo una pequeña economía, ha estado a punto de desencadenar una nueva reacción en cadena imparable, no solo a nivel europeo, sino mundial.

Esta crisis está evidenciando el error que ha supuesto mitificar las virtudes del mercado bajo el enfoque neoliberal imperante. Tendríamos que concluir que con el dinero no se juega. Y, sin embargo, hemos dejado que los especuladores jueguen a placer, amparados por proclamas y principios de libre mercado. Hemos dejado que los bancos privados, y no solo los bancos centrales (en nombre del Estado y bajo su control), produzcan dinero en forma de papel, a través de múltiples productos financieros- El resultado ha sido que los agujeros de falsa riqueza han socavado los cimientos de la economía mundial, y más aún los de una economía, como la española, colgada de la especulación inmobiliaria de la que nadie quiere hablar ahora, y menos asumir responsabilidades.

El problema está en que no hay capacidad ni liderazgo político para afrontar la envergadura de los cambios necesarios. Y, sin duda, tal déficit tiene que ver con el hecho de haber cedido el poder político a quienes tienen el poder económico. Solo así puede explicarse que los mercados tengan más poder que los pueblos y que los parlamentos. Solo así puede explicarse que los sumos sacerdotes de las finanzas mundiales, y por supuesto de nuestras finanzas nacionales, que nos llevaron al desastre, sean quienes pretendan marcar la senda de la superación de esta crisis dando lecciones e incluso amenazando con males mayores a los pueblos (ignorantes nosotros) e incluso a los gobiernos.

Me temo que vendrán tiempos peores, y no paso por ser pesimista- Y es que, desgraciadamente, solo tras un colapso financiero global, los líderes mundiales se atreverán a mirar a los ojos a esta crisis financiera, que es económica, social, ecológica y, en última instancia, política y ética. Pero solo cuando no quede otra opción. Y mientras, se seguirá jugando a recuperar la confianza de los mercados sin atrevernos a mover el trono de los poderes financieros, de esos bancos donde todos tenemos nuestros sufridos ahorros.

CAMBIAR DE CARBURANTE


CAMBIAR DE CARBURANTE


Una de las cosas que no se debe hacer, según mi criterio, al analizar la crisis, sus orígenes, sus consecuencias y sus posibles salidas es meternos en un debate sobre buenos y malos. Porque si erramos en el diagnóstico, será más difícil encontrar la terapia adecuada.

El problema principal, en mi opinión, es que el principal carburante que mueve nuestra sociedad a producir bienes y servicios, es la obtención del beneficio privado, de tal modo que quienes pueden y quieren, establecen sus propios criterios para producir unas cosas y no otras, y para producirlas en una cantidad y precio determinados. Estas personas no tienen la obligación de que todo el mundo reciba los beneficios de su iniciativa, sino sólo de producir lo que quieran, en la cantidad y al precio que les haga obtener el mayor beneficio con el mínimo coste. Quienes no puedan pagar el precio del producto o servicio, se quedarán sin él.

Existen también comerciantes, autónomos y pequeños empresarios que se ven obligados a utilizar, quieran o no quieran, el mismo carburante, lo que les lleva a autoexplotarse para poder salir adelante. Las grandes superficies y las franquicias se comen a los pequeños comercios, los autónomos son explotados sin piedad, debiendo trabajar más que un reloj, y los pequeños empresarios se ven abocados a unirse para conseguir estructuras comerciales y precios competitivos.

El carburante del beneficio privado tiene residuos tóxicos, como el egoísmo, y efectos secundarios, como la concentración de dinero, y consecuentemente de poder, cada vez en menos manos, que van limitando cada vez más el poder de la gente que no lo tiene, y por lo tanto su libertad.

La tesis que defiendo es que el beneficio privado, el principal carburante que hacer mover la sociedad occidental, no sólo no resolverá los problemas del planeta, sino que, además, ignora y hunde en la miseria, en las enfermedades y la muerte a una parte muy importante de la población mundial, y nos hace caminar hacia el agotamiento de los recursos naturales. Hay que buscar otro carburante más limpio, otro carburante que nos lleve a mirar a las personas a los ojos y no a su bolsillo, otro carburante que mire a las personas por lo que son y no por lo que tienen. Un carburante que no nos obligue y que no nos incite a consumir por consumir, porque no se es más feliz por consumir más. De hecho, las cosas más importantes de la vida no se pueden comprar con dinero.

Hay que buscar donde está esa fuente de energía que nos haga trabajar no para ser más ricos que los demás, o para ser más poderosos que ellos, sino para sentirnos bien con el trabajo hecho, para sentirnos útiles, para compensar mejor al que más se esfuerce, y no para que nos robe el futuro quien tiene la sartén por el mango. Un carburante, en fin, sin contraindicaciones ni efectos secundarios.

Ese carburante es la solidaridad. Seguramente es una fuente de energía aún escasa, o por lo menos no suficiente, pero, como el conocimiento, tiene la virtud de poder reproducirse sin que el que te la ofrece la pierda. Bajo mi punto de vista, necesitaríamos mucha de esta energía limpia para cambiar las cosas, muchas personas que utilizasen esa energía renovable para llevar a cabo las tareas que la sociedad necesita.

Y no nos vale sólo criticar. Hay que ponerse en marcha. Porque muchos debemos tomar la iniciativa para decidir qué producimos, en qué cantidad y con qué objetivos, con la energía del carburante limpio. Parafraseando a Antonio Gramsci, quienes pensemos en un futuro solidario nos tendremos que instruir, porque hará falta toda nuestra inteligencia, nos tendremos que conmover, porque necesitaremos todo nuestro entusiasmo, y nos tendremos que organizar, porque será precisa toda nuestra fuerza.

Si no lo hacemos, se seguirán fabricando cosas y ofreciendo servicios con el carburante sucio de egoísmo personal, con sus efectos secundarios. Nos obligarán a consumir para hacer más ricos a los ricos, con la excusa de darnos algunos puestos de trabajo. Pero la riqueza no llegará a todas las personas, se concentrará en pocas manos y cada vez la democracia podrá decidir menos cosas. Llegaremos a ser esclavos del dinero sin habernos dado cuenta. Si es que no lo somos ya.

Teruel, 25 de mayo de 2010

José María Martínez Marco

Coordinador IU Teruel

15 mayo 2010

Otra lectura de la crisis económica. ¿ y TÚ QUÉ OPINAS?


VICENÇ NAVARRO

La crisis que están viviendo algunos países mediterráneos –Grecia, Portugal y España– e Irlanda se está atribuyendo a su excesivo gasto público, que se supone ha creado un elevado déficit y una exuberante deuda pública, escollos que dificultan seriamente su recuperación económica. De ahí las recetas que el FMI, el Banco Central Europeo (BCE) y el Consejo Europeo han estado imponiendo a aquellos países: hay que apretarse el cinturón y reducir el déficit y la deuda pública de una manera radical. Es sorprendente que esta explicación haya alcanzado la dimensión de dogma, que se reproduce a base de fe (el omnipresente dogma liberal) y no a partir de una evidencia empírica. En realidad, ésta muestra lo profundamente errónea que es tal explicación de la crisis. Veamos los datos.

Todos estos países tienen los gastos públicos (incluyendo el gasto público social) más bajos de la UE-15, el grupo de países más ricos de la Unión Europea, al cual pertenecen. Mírese como se mire (bien gasto público como porcentaje del PIB; bien como gasto público per cápita; bien como porcentaje de la población adulta trabajando en el sector público), todos estos países están a la cola de la UE-15. Su sector público está subdesarrollado. Sus estados del bienestar, por ejemplo, están entre los menos desarrollados en la UE-15.
Una causa de esta pobreza del sector público es que, desde la Segunda Guerra Mundial, estos países han estado gobernados la mayoría del periodo por partidos profundamente conservadores, en estados con escasa sensibilidad social. Todos ellos tienen unos sistemas de recaudación de impuestos escasamente progresivos, con carga fiscal menor que el promedio de la UE-15 y con un enorme fraude fiscal (que oscila entre un 20 y un 25% de su PIB). Son estados que, además de tener escasa sensibilidad social, tienen escaso efecto redistributivo, por lo que son los que tienen mayores desigualdades de renta en la UE-15, desigualdades que se han acentuado a partir de políticas liberales llevadas a cabo por sus gobiernos. Como consecuencia, la capacidad adquisitiva de las clases populares se ha reducido notablemente, creando una economía basada en el crédito que, al colapsarse, ha provocado un enorme problema de escasez de demanda, causa de la recesión económica.
Es este tipo de Estado el que explica que, a pesar de que su deuda pública no sea descomunal (como erróneamente se presenta el caso de Grecia en los medios, cuya deuda es semejante al promedio de los países de la OCDE), surjan dudas de que tales estados puedan llegar a pagar su deuda, consecuencia de su limitada capacidad recaudatoria. Su déficit se debe, no al aumento excesivo del gasto público, sino a la disminución de los ingresos al Estado, resultado de la disminución de la actividad económica y su probada ineficacia en conseguir un aumento de los ingresos al Estado, debido a la resistencia de los poderes económicos y financieros.
Por otra parte, la falta de crédito se debe al excesivo poder del capital financiero y su influencia en la Unión Europea y sus estados miembros. Fue la banca la que, con sus comportamientos especulativos, fue creando burbujas que, al estallar, han generado los enormes problemas de falta de crédito. Y ahora están creando una nueva burbuja: la de la deuda pública. Su excesiva influencia sobre el Consejo Europeo, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo (este último mero instrumento de la banca) explica las enormes ayudas a los banqueros y accionistas, que están generando enormes beneficios. Consiguen abundante dinero del BCE a bajísimos intereses (1%), con el que compran bonos públicos que les dan una rentabilidad de hasta un 7% y un 10%, ayudados por sus agencias de cualificación (que tienen nula credibilidad, al haber definido a varios bancos como entidades con elevada salud financiera días antes de que colapsaran), que valoran negativamente los bonos públicos para conseguir mayores intereses. Añádase a ello los hedge funds, fondos de alto riesgo, que están especulando para que colapse el euro y que tienen su base en Europa, en el centro financiero de Londres, la City, llamada el “Wall Street Guantánamo”, porque su falta de supervisión pública es incluso menor (que ya es mucho decir) que la que se da en el centro financiero de EEUU.
Como bien ha dicho Joseph Stiglitz, con todos los fondos gastados para ayudar a los banqueros y accionistas se podrían haber creado bancos públicos que ya habrían resuelto los problemas de crédito que estamos experimentando . En realidad, es necesario y urgente que se reduzca el sobredimensionado sector financiero en el mundo, pues su excesivo desarrollo está dañando la economía real. Mientras la banca está pidiendo a las clases populares que se “aprieten el cinturón”, tales instituciones ni siquiera tienen cinturón. Dos años después de haber causado la crisis, todavía permanecen con la misma falta de control y regulación que causó la Gran Recesión.
El mayor problema hoy en la UE no es el elevado déficit o deuda (como dice la banca), sino el escaso crecimiento económico y el aumento del desempleo. Ello exige políticas de estímulo económico y crecimiento de empleo en toda la UE (y muy especialmente en los países citados en este artículo). No ha habido una crisis de las proporciones actuales en el siglo XX sin que haya habido un crecimiento notable del gasto público y de la deuda pública, que se ha ido amortizando a lo largo de los años a base de crecimiento económico. EEUU pagó su deuda, que le permitió salir de la Gran Depresión, en 30 años de crecimiento. El mayor obstáculo para que ello ocurra en la UE es el dominio del pensamiento liberal en el establishment político y mediático europeo, imponiendo políticas que serán ineficientes, además de innecesarias. Y todo para asegurar los beneficios de la
banca. Así de claro.


Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra y profesor de Public Policy
en The Johns Hopkins University

14 mayo 2010

Funcionarios públicos y sueldos congelados




En 1956, Dolores Medio escribió “Funcionario público”, novela desgarrada donde se narran las penurias de Pablo Marín, funcionario atado a un sueldo mísero que malvivía en un cuartucho junto a su mujer.

Tras las décadas siguientes de desarrollo, la figura del empleado público casi indigente,
trasunto del cesante de novelón galdosiano, fue poco a poco hundiéndose en el olvido.

Pero en los últimos días, la cloaca política y mediática neoliberal ha babeado de placer
ante los ecos de una posible congelación salarial a los funcionarios. Sin embargo, nada
sería más injusto que pasar la factura de la crisis a este colectivo.

Así, en los momentos de hervor económico y ladrillazo, un encofrador podía duplicar el
sueldo de un Técnico Superior de la Administración, y para conseguir que un albañil
viniera a casa había, poco menos, que apuntarse en una lista de espera y cruzar los
dedos.

Mientras los funcionarios perdían poder adquisitivo y realizaban malabarismos contables
con el sueldo, miles de paletos de eructo, puti club y caspa montaban una constructora y
juntaban billetes de quinientos euros como cromos. Legiones de jóvenes abandonaban los
estudios y dejaban sus libros escolares criando polvo mientras se pavoneaban en coches
refulgentes… ¿los funcionarios? Unos “pringaos, hombre, unos “pringaos”… ¿para qué
estudiar?, ¿para qué invertir?, ¿para qué innovar?...

“España va bien”.

Y mientras tantos celebraban sus ganancias entre cubatas, risas, rayas de coca y “España
va bien”, miles de hombres y mujeres habían inmolado sus mejores años junto a una taza
de café cargado, un flexo y un temario de oposiciones. Con los codos clavados en una
mesa, viendo la vida desfilar a través del claroscuro de un ventanal, a la espera del
momento crucial y temible de los exámenes.

Pues bien, ahora resulta que, según los neoliberales, los efectos de aquellos excesos han
de pagarlos los “privilegiados funcionarios”, precisamente el colectivo que apenas se
benefició del auge económico y que, por supuesto, no provocó la crisis.
Según ese planteamiento no pidamos cuenta a las entidades bancarias que prestaron
dinero sin las debidas garantías. No pensemos que las ganancias obscenas de la
especulación acabaron en paraísos fiscales. No indaguemos en ayuntamientos y
comunidades que dilapidaron millones encargando obras absurdas que enriquecieron a
empresarios. No, no… todo esto que lo paguen los funcionarios.

Sí, los funcionarios, aquellos “pringaos” durante los años del falso esplendor económico.
Sí, el juez que sacrificó como poco cinco años en una oposición terrorífica (aparte de los
cinco de carrera) para ganar menos que muchos fontaneros. Sí, los miles de opositores
que hubieron de recurrir al Lexatín, el policía que se juega la vida por mil quinientos euros
mensuales, el auxiliar que no gana más de novecientos… ¡resulta que estos han de pagar
la crisis y son unos “privilegiados”!

Gustavo Vidal Manzanares es jurista y escritor


11 mayo 2010

El imperio del consumo por Eduardo Galeano


El imperio del consumo

Eduardo Galeano

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos?

La explosión del consumo en el mundo actual mete más ruido que todas las guerras y arma más alboroto que todos los carnavales. Como dice un viejo proverbio turco, quien bebe a cuenta, se emborracha el doble. La parranda aturde y nubla la mirada; esta gran borrachera universal parece no tener límites en el tiempo ni en el espacio. Pero la cultura de consumo suena mucho, como el tambor, porque está vacía; y a la hora de la verdad, cuando el estrépito cesa y se acaba la fiesta, el borracho despierta, solo, acompañado por su sombra y por los platos rotos que debe pagar. La expansión de la demanda choca con las fronteras que le impone el mismo sistema que la genera. El sistema necesita mercados cada vez más abiertos y más amplios, como los pulmones necesitan el aire, y a la vez necesita que anden por los suelos, como andan, los precios de las materias primas y de la fuerza humana de trabajo. El sistema habla en nombre de todos, a todos dirige sus imperiosas órdenes de consumo, entre todos difunde la fiebre compradora; pero ni modo: para casi todos esta aventura comienza y termina en la pantalla del televisor. La mayoría, que se endeuda para tener cosas, termina teniendo nada más que deudas para pagar deudas que generan nuevas deudas, y acaba consumiendo fantasías que a veces materializa delinquiendo.

El derecho al derroche, privilegio de pocos, dice ser la libertad de todos. Dime cuánto consumes y te diré cuánto vales. Esta civilización no deja dormir a las flores, ni a las gallinas, ni a la gente. En los invernaderos, las flores están sometidas a luz continua, para que crezcan más rápido. En la fábricas de huevos, las gallinas también tienen prohibida la noche. Y la gente está condenada al insomnio, por la ansiedad de comprar y la angustia de pagar. Este modo de vida no es muy bueno para la gente, pero es muy bueno para la industria farmacéutica. EEUU consume la mitad de los sedantes, ansiolíticos y demás drogas químicas que se venden legalmente en el mundo, y más de la mitad de las drogas prohibidas que se venden ilegalmente, lo que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que EEUU apenas suma el cinco por ciento de la población mundial.

«Gente infeliz, la que vive comparándose», lamenta una mujer en el barrio del Buceo, en Montevideo. El dolor de ya no ser, que otrora cantara el tango, ha dejado paso a la vergüenza de no tener. Un hombre pobre es un pobre hombre. «Cuando no tenés nada, pensás que no valés nada», dice un muchacho en el barrio Villa Fiorito, de Buenos Aires. Y otro comprueba, en la ciudad dominicana de San Francisco de Macorís: «Mis hermanos trabajan para las marcas. Viven comprando etiquetas, y viven sudando la gota gorda para pagar las cuotas».

Invisible violencia del mercado: la diversidad es enemiga de la rentabilidad, y la uniformidad manda. La producción en serie, en escala gigantesca, impone en todas partes sus obligatorias pautas de consumo. Esta dictadura de la uniformización obligatoria es más devastadora que cualquier dictadura del partido único: impone, en el mundo entero, un modo de vida que reproduce a los seres humanos como fotocopias del consumidor ejemplar.

El consumidor ejemplar es el hombre quieto. Esta civilización, que confunde la cantidad con la calidad, confunde la gordura con la buena alimentación. Según la revista científica The Lancet, en la última década la «obesidad severa» ha crecido casi un 30 % entre la población joven de los países más desarrollados. Entre los niños norteamericanos, la obesidad aumentó en un 40% en los últimos dieciséis años, según la investigación reciente del Centro de Ciencias de la Salud de la Universidad de Colorado. El país que inventó las comidas y bebidas light, los diet food y los alimentos fat free, tiene la mayor cantidad de gordos del mundo. El consumidor ejemplar sólo se baja del automóvil para trabajar y para mirar televisión. Sentado ante la pantalla chica, pasa cuatro horas diarias devorando comida de plástico.

Triunfa la basura disfrazada de comida: esta industria está conquistando los paladares del mundo y está haciendo trizas las tradiciones de la cocina local. Las costumbres del buen comer, que vienen de lejos, tienen, en algunos países, miles de años de refinamiento y diversidad, y son un patrimonio colectivo que de alguna manera está en los fogones de todos y no sólo en la mesa de los ricos. Esas tradiciones, esas señas de identidad cultural, esas fiestas de la vida, están siendo apabulladas, de manera fulminante, por la imposición del saber químico y único: la globalización de la hamburguesa, la dictadura de la fast food. La plastificación de la comida en escala mundial, obra de McDonald’s, Burger King y otras fábricas, viola exitosamente el derecho a la autodeterminación de la cocina: sagrado derecho, porque en la boca tiene el alma una de sus puertas.

El campeonato mundial de fútbol del 98 nos confirmó, entre otras cosas, que la tarjeta MasterCard tonifica los músculos, que la Coca-Cola brinda eterna juventud y que el menú de McDonald’s no puede faltar en la barriga de un buen atleta. El inmenso ejército de McDonald’s dispara hamburguesas a las bocas de los niños y de los adultos en el planeta entero. El doble arco de esa M sirvió de estandarte, durante la reciente conquista de los países del Este de Europa. Las colas ante el McDonald’s de Moscú, inaugurado en 1990 con bombos y platillos, simbolizaron la victoria de Occidente con tanta elocuencia como el desmoronamiento del Muro de Berlín.

Un signo de los tiempos: esta empresa, que encarna las virtudes del mundo libre, niega a sus empleados la libertad de afiliarse a ningún sindicato. McDonald’s viola, así, un derecho legalmente consagrado en los muchos países donde opera. En 1997, algunos trabajadores, miembros de eso que la empresa llama la Macfamilia, intentaron sindicalizarse en un restorán de Montreal en Canadá: el restorán cerró. Pero en el 98, otros empleados e McDonald’s, en una pequeña ciudad cercana a Vancouver, lograron esa conquista, digna de la Guía Guinness.

Las masas consumidoras reciben órdenes en un idioma universal: la publicidad ha logrado lo que el esperanto quiso y no pudo. Cualquiera entiende, en cualquier lugar, los mensajes que el televisor transmite. En el último cuarto de siglo, los gastos de publicidad se han duplicado en el mundo. Gracias a ellos, los niños pobres toman cada vez más Coca-Cola y cada vez menos leche, y el tiempo de ocio se va haciendo tiempo de consumo obligatorio. Tiempo libre, tiempo prisionero: las casas muy pobres no tienen cama, pero tienen televisor, y el televisor tiene la palabra. Comprado a plazos, ese animalito prueba la vocación democrática del progreso: a nadie escucha, pero habla para todos. Pobres y ricos conocen, así, las virtudes de los automóviles último modelo, y pobres y ricos se enteran de las ventajosas tasas de interés que tal o cual banco ofrece. Los expertos saben convertir a las mercancías en mágicos conjuntos contra la soledad. Las cosas tienen atributos humanos: acarician, acompañan, comprenden, ayudan, el perfume te besa y el auto es el amigo que nunca falla. La cultura del consumo ha hecho de la soledad el más lucrativo de los mercados. Los agujeros del pecho se llenan atiborrándolos de cosas, o soñando con hacerlo. Y las cosas no solamente pueden abrazar: ellas también pueden ser símbolos de ascenso social, salvoconductos para atravesar las aduanas de la sociedad de clases, llaves que abren las puertas prohibidas. Cuanto más exclusivas, mejor: las cosas te eligen y te salvan del anonimato multitudinario. La publicidad no informa sobre el producto que vende, o rara vez lo hace. Eso es lo de menos. Su función primordial consiste en compensar frustraciones y alimentar fantasías: ¿En quién quiere usted convertirse comprando esta loción de afeitar? El criminólogo Anthony Platt ha observado que los delitos de la calle no son solamente fruto de la pobreza extrema. También son fruto de la ética individualista. La obsesión social del éxito, dice Platt, incide decisivamente sobre la apropiación ilegal de las cosas. Yo siempre he escuchado decir que el dinero no produce la felicidad; pero cualquier televidente pobre tiene motivos de sobra para creer que el dinero produce algo tan parecido, que la diferencia es asunto de especialistas.

Según el historiador Eric Hobsbawm, el siglo XX puso fin a siete mil años de vida humana centrada en la agricultura desde que aparecieron los primeros cultivos, a fines del paleolítico. La población mundial se urbaniza, los campesinos se hacen ciudadanos. En América Latina tenemos campos sin nadie y enormes hormigueros urbanos: las mayores ciudades del mundo, y las más injustas. Expulsados por la agricultura moderna de exportación, y por la erosión de sus tierras, los campesinos invaden los suburbios. Ellos creen que Dios está en todas partes, pero por experiencia saben que atiene den las grandes urbes. Las ciudades prometen trabajo, prosperidad, un porvenir para los hijos. En los campos, los esperadores miran pasar la vida, y mueren bostezando; en las ciudades, la vida ocurre, y llama. Hacinados en tugurios, lo primero que descubren los recién llegados es que el trabajo falta y los brazos sobran, que nada es gratis y que los más caros artículos de lujo son el aire y el silencio. Mientras nacía el siglo XIV, fray Giordano da Rivalto pronunció en Florencia un elogio de las ciudades. Dijo que las ciudades crecían «porque la gente tiene el gusto de juntarse». Juntarse, encontrarse. Ahora, ¿quién se encuentra con quién? ¿Se encuentra la esperanza con la realidad? El deseo, ¿se encuentra con el mundo? Y la gente, ¿se encuentra con la gente? Si las relaciones humanas han sido reducidas a relaciones entre cosas, ¿cuánta gente se encuentra con las cosas? El mundo entero tiende a convertirse en una gran pantalla de televisión, donde las cosas se miran pero no se tocan. Las mercancías en oferta invaden y privatizan los espacios públicos. Las estaciones de autobuses y de trenes, que hasta hace poco eran espacios de encuentro entre personas, se están convirtiendo ahora en espacios de exhibición comercial.

El shopping center, o shopping mall, vidriera de todas las vidrieras, impone su presencia avasallante. Las multitudes acuden, en peregrinación, a este templo mayor de las misas del consumo. La mayoría de los devotos contempla, en éxtasis, las cosas que sus bolsillos no pueden pagar, mientras la minoría compradora se somete al bombardeo de la oferta incesante y extenuante. El gentío, que sube y baja por las escaleras mecánicas, viaja por el mundo: los maniquíes visten como en Milán o París y las máquinas suenan como en Chicago, y para ver y oír no es preciso pagar pasaje. Los turistas venidos de los pueblos del interior, o de las ciudades que aún no han merecido estas bendiciones de la felicidad moderna, posan para la foto, al pie de las marcas internacionales más famosas, como antes posaban al pie de la estatua del prócer en la plaza. Beatriz Solano ha observado que los habitantes de los barrios suburbanos acuden al center, al shopping center, como antes acudían al centro. El tradicional paseo del fin de semana al centro de la ciudad, tiende a ser sustituido por la excursión a estos centros urbanos. Lavados y planchados y peinados, vestidos con sus mejores galas, los visitantes vienen a una fiesta donde no son convidados, pero pueden ser mirones. Familias enteras emprenden el viaje en la cápsula espacial que recorre el universo del consumo, donde la estética del mercado ha diseñado un paisaje alucinante de modelos, marcas y etiquetas. La cultura del consumo, cultura de lo efímero, condena todo al desuso mediático. Todo cambia al ritmo vertiginoso de la moda, puesta al servicio de la necesidad de vender. Las cosas envejecen en un parpadeo, para ser reemplazadas por otras cosas de vida fugaz. Hoy que lo único que permanece es la inseguridad, las mercancías, fabricadas para no durar, resultan tan volátiles como el capital que las financia y el trabajo que las genera. El dinero vuela a la velocidad de la luz: ayer estaba allá, hoy está aquí, mañana quién sabe, y todo trabajador es un desempleado en potencia. Paradójicamente, los shoppings centers, reinos de la fugacidad, ofrecen la más exitosa ilusión de seguridad. Ellos resisten fuera del tiempo, sin edad y sin raíz, sin noche y sin día y sin memoria, y existen fuera del espacio, más allá de las turbulencias de la peligrosa realidad del mundo.

Los dueños del mundo usan al mundo como si fuera descartable: una mercancía de vida efímera, que se agota como se agotan, a poco de nacer, las imágenes que dispara la ametralladora de la televisión y las modas y los ídolos que la publicidad lanza, sin tregua, al mercado. Pero, ¿a qué otro mundo vamos a mudarnos? ¿Estamos todos obligados a creernos el cuento de que Dios ha vendido el planeta unas cuantas empresas, porque estando de mal humor decidió privatizar el universo? La sociedad de consumo es una trampa cazabobos. Los que tienen la manija simulan ignorarlo, pero cualquiera que tenga ojos en la cara puede ver que la gran mayoría de la gente consume poco, poquito y nada necesariamente, para garantizar la existencia de la poca naturaleza que nos queda. La injusticia social no es un error a corregir, ni un defecto a superar: es una necesidad esencial. No hay naturaleza capaz de alimentar a un shopping center del tamaño del planeta.

Eduardo Galeano

Montevideo, Uruguay