01 febrero 2007

30 años del Asesinato de los ABOGADOS LABORALISTAS DE ATOCHA.


Los abogados de Atocha

El pasado mes de enero se han cumplido 30 años del asesinato de varios abogados laboralistas en su despacho de la madrileña calle de Atocha, un aniversario echado un poco al olvido, quizás porque insistir en su recuerdo contradice esa imagen fuerte y extendida de la transición política como un proceso pacífico, modelo de reconciliación y de cambio político bien planificado y consensuado por una clase política ejemplar.

Los asesinatos de la calle Atocha, al carecer de autorías islamistas o etarras, parecen, pues, pasar al olvido de la memoria pública, pero no deben de ser desatendidos por los historiadores, en la medida en que la historia es una forma de saber diferente de las maneras de recordar; hasta el remoto Séneca afirmaba que “una cosa es recordar y otra saber”, en epístola dirigida a un tal Lucilio.

De modo que conviene saber (para bien recordar) que aquellos crímenes políticos constituyeron el primer acto terrorista que puso en peligro el proceso iniciado con la Ley para la Reforma Política y que condujo a las elecciones de junio del 77. Pero la estrategia de la extrema derecha de debilitar las instituciones e intimidar a los ciudadanos acabó consiguiendo exactamente lo contrario, levantar una oleada de solidaridad con el Partido Comunista de España, el cual, todavía ilegalizado, dio pruebas de su fuerza en una primera manifestación multitudinaria presidida por banderas rojas: el entierro de sus militantes fue vivido por el PCE como símbolo de la reconciliación nacional que habían propugnado desde los años cincuenta.

Los compañeros de Atocha fueron las víctimas de un intento planificado por ciertos sectores de la extrema derecha para desestabilizar el proceso de reforma política, frenar las negociaciones gobierno-oposición e impedir la celebración de las elecciones, un asalto a la democracia en toda la regla ya ensayado por tramas negras y militares en la Italia de mediados de los setenta.

Uno de los supervivientes de la matanza, Alejandro Ruiz Huerta, escribió un emocionado libro (“La memoria incómoda. Los abogados de Atocha”, 2002), en el que testimonia lo difícil que le resultó poner por escrito sus recuerdos, de modo que tuvieron que pasar 25 años para que pudiera comenzar a elaborar y transmitir su testimonio, una vivencia que conduce a otra reflexión más amplia, pues suele suceder que muchas experiencias históricas colectivas, al igual que tantos episodios de biografías personales, pasen por una etapa, mas o menos larga, de olvido, tanto más cuanto más conflictivas hayan sido para sus protagonistas, hasta que, en el mejor de los casos, comiencen a ser reconstruidas.

Nuestro superviviente de Atocha pasó por una experiencia que muchos han conocido antes que él: Jorge Semprún, que hubo de esperar hasta 1995 para reflotar la parte reprimida de su memoria de Buchenwald, como Primo Levi tardó veinte años en publicar “La Tregua”, con su experiencia de los Läger, o el judío vienés Jean Améry, que acabará suicidándose como Levi, esperó hasta 1966 para dar a luz su tremendo testimonio sobre Auschwitz (“Más allá de la culpa y la expiación”), igual que el Nobel húngaro Kertézs hizo en 1975 con su libro “Sin Destino”. Sin ir tan lejos, el altoaragonés Mariano Constante comenzó a escribir y difundir sus experiencias en 1971, a los 25 años de su salida de Mauthausen, animado a ello por algunos amigos como Artur London, el comunista checo que estaba recordando por las mismas fechas en “La Confesión” (1968) el proceso estalinista al que había sido sometido. Todos ellos tuvieron, antes pero al igual que Alejandro Ruiz, la obsesión de preguntarse porque ellos vivían y los otros no, porque muchos, u otros, tuvieron que morir para que ellos pudieran sobrevivir, de “no poder quitarse de encima esa mentirosa culpabilidad por no haber muerto”, en palabras del abogado de Atocha.

Y algo similar sucede de forma colectiva en las sociedades, que también parecen experimentar fases de olvido terapéutico, como la Alemania de la posguerra, olvidada, como Italia, de su pasado nazi hasta los años ochenta. En Francia lo que se había borrado era la envergadura real del colaboracionismo con el nazismo y con Vichy; en toda Europa se desplegó una avalancha historiográfica y editorial sobre tantos pasados ocultados, colectivos y personales.Y esto es lo que está compareciendo, 30 años después, en la sociedad española, un proceso histórico y social ineludible, más profundo que las más simples y visibles instrumentalizaciones del pasado que nos proponen los gestores políticos de la confrontación en el escenario nacional.

Carlos Forcadell Alvarez

- Presidente de la Asociación de Historia Contemporánea


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