12 junio 2007

LA IZQUIERDA de Antonio Aramayona

Este artículo se publicó antes de las elecciones

IZQUIERDA

Ahora que se aproximan las elecciones, está llegando a su fin una etapa más en la carrera hacia el centro: al parecer, todos quieren ocupar el centro, para captar así lo votos del supuesto ciudadano con mentalidad media, gustos medios, intereses medios, problemas medios y aspiraciones medias. Las recientes elecciones presidenciales francesas han girado, según todos los comentaristas, alrededor del anhelado centro, y el propio José Borrell interpretaba hace unos días en estas mismas páginas la política europea desde lo que él denominaba “la tentación centrista”.

Supongo que nuestros políticos no habrán olvidado por qué y para qué están metidos en los asuntos de la cosa pública, incluso cuando lanzan sin descanso su caña de pescar para conseguir abundantes y suculentos votos en ese centro ideal. Tampoco habrán olvidado quizá que para llevar a cabo los programas es preciso tener el poder de realizarlas, pero el poder, por sí mismo, no constituye ninguna meta. Uno no es político por tener el poder (mucho menos para tenerlo), por la misma razón de que uno no es escritor por tener un bolígrafo.

Ahora que se aproximan las elecciones y ya quedan menos cosas por inaugurar, es tiempo también de que cada cual se ponga en su sitio. Y, si no lo hace, de que lo pongan en su sitio los ciudadanos. De hecho, mi amigo Ángel lleva ya unas cuantas semanas enfrascado en analizar las posiciones políticas existentes. De un conservador, por ejemplo, mi amigo Ángel no espera nada, salvo que sea honesto, relativamente feliz y que no gane las elecciones. Ahora bien, de quien se sitúa en eso que antes se denominaba, sin anestesias ni rodeos, “izquierda”, espera que al menos no sufra un ataque agudo de amnesia.

La izquierda amnésica, sin utopías en su horizonte, no es izquierda ni es nada. La utopía no consiste en un mundo de sueños imposibles y al margen de la realidad, sino en la aspiración que todos tenemos a la realización plena de algo (amor, política, sociedad, trabajo, vivienda, educación, ocio, etc...), el impulso de la realidad concreta hacia lo óptimo, hacia lo cabalmente desarrollado. Es preciso que la izquierda ofrezca sin complejos utopías y apueste realmente por hacerlas efectivas. De no hacerlo así, la utopía languidece entre la cachaza de la resignación.

La utopía quiere vivienda y trabajo dignos para todos, educación de calidad y sanidad de calidad para todos. No se contenta, en nombre del realismo y del pragmatismo, con proclamar sus metas con sordina. La izquierda no ha de aceptar los beneficios ingentes de las grandes empresas, un solo piso vacío sin motivo, la desigualdad consentida entre los trabajadores y los seres humanos, cualquier contribución a la carrera de armamentos, al comercio de armas o al mantenimiento de guerras y conflictos injustos. La izquierda no ha de aceptar centros de enseñanza privados pagados por el erario público, pero que de hecho sirven solo a las clases sociales que no quieren verse mezcladas con una parte del alumnado y de la sociedad que consideran contaminantes.

La utopía no se siente cómoda con corsés, vallas y fronteras. No es casual que la izquierda tenga a la Internacional por su himno identitario. Aprecia los valores de cada país y de cada pueblo, pues enriquece sus señas y su historia, pero al mismo tiempo es irrenunciablemente internacionalista: sabe que nada estará completo mientras un solo ser humano y un trozo del planeta sufran injusticia y explotación. La izquierda debe considerar el déficit cero y el PIB de la nación, pero mucho más el comercio internacional justo, los derechos humanos universales, las reivindicaciones justas de los más desfavorecidos.

Quizá algunos bienpensantes que chapotean en la bonanza de sus prebendas se mofen de las utopías de la izquierda, y consideren a sus miembros locos ignorantes. Frente a ellos, la izquierda debe proclamarse con firmeza y fiereza partidaria del librepensamiento, del laicismo, de la socialización de los servicios y los medios de producción básicos del país y del mundo, del pacifismo sin paliativos. La izquierda está por un mundo donde todos, sin excepción, sean libres, iguales y dueños de sí mismos. La izquierda está por la lucha de clases mientras haya una clase que viva a costa del pueblo y de los trabajadores.

Si todo esto le parece excesivo a algunos y tratan de encontrar cobijo en el omnímodo centro, tienen todo el derecho a ser y estar donde deseen, pero sin crear confusión y sin ataques de amnesia.

No hay comentarios: