Para entender a qué viene la durísima oposición de los vecinos del
barrio burgalés de Gamonal a las obras de un simple aparcamiento, hay
que remontarse mucho. Al menos un par de décadas.
Ignacio Escolar, en 'eldiario.es'
Como
siempre que un conflicto estalla, las causas rara vez se pueden
explicar con lo que sucedió el día anterior. Para entender qué está
ocurriendo en Burgos y a qué viene la durísima oposición de los vecinos a
un simple aparcamiento hay que remontarse mucho. Al menos un par de
décadas, si no más.
Durante años, antes incluso de la llegada de
la burbuja inmobiliaria, Burgos fue una de las ciudades con la vivienda
más cara de España, sólo superada entre las capitales de provincia por
Madrid, Barcelona y San Sebastián. ¿La causa? A simple vista parecía
inexplicable. Burgos no es ni mucho menos una gran urbe, unos 180.000
habitantes. Su población es estable desde hace años y, comparada con
otras, apenas ha recibido inmigración. No tiene tampoco ninguna barrera
natural para su expansión: está en mitad de un llano, sin esos límites
que en otras ciudades pone la montaña o el mar. No tuvo tampoco un
desarrollo económico excepcional: ni es un Silicon Valley, ni ha vivido
ningún repunte industrial. Es una ciudad conservadora donde nunca
parecía pasar nada, más allá de esa aparente maldición que obliga a la
mayoría de los jóvenes a escapar. Conozco bien de lo que hablo. Nací en
Burgos, estudié un año allí, en el Instituto Cardenal López de Mendoza, y
gran parte de mis compañeros de estudios viven hoy en Madrid, forzados a
emigrar por la falta de oportunidades en la ciudad.
Sólo hay una
razón que pueda explicar por qué en Burgos la vivienda se disparó: la
corrupción urbanística. Durante años, un constructor y sus amigos
manejaron las recalificaciones del Ayuntamiento, que controlaba la
derecha. Ese constructor se llama Antonio Miguel Méndez Pozo, aunque
todo el mundo le conoce como Michel Méndez Pozo. O como "el jefe".
No solo se dedica al ladrillo. Es también dueño del Diario de Burgos,
el periódico más leído y con más influencia en la provincia.
Con
una mano, Méndez Pozo controlaba las listas de la derecha al
Ayuntamiento, donde llegó a amparar una candidatura de "independientes"
contra la lista de Alianza Popular. Con la otra, manejaba la política
urbanística de la ciudad. Sus componendas con el Ayuntamiento llegaron a
juicio a principios de los noventa. El propio José María Aznar
–entonces presidente de la Junta de Castilla y León y líder regional del
partido, además de amigo íntimo de Méndez Pozo– tuvo que declarar por sus estrechas relaciones con el constructor;
Aznar reconoció que le pedía su "opinión", que era su asesor para temas
urbanísticos. En 1992, el alcalde de Burgos, José María Peña, fue condenado por prevaricación a doce años de inhabilitación para cargo público. A Méndez Pozo le cayeron siete años y tres meses de prisión. Sin embargo, el constructor sólo cumplió nueve meses antes de salir de la cárcel en tercer grado. Más tarde, el Gobierno de José María Aznar indultó al alcalde Peña, que volvió a presentarse a las municipales y salió elegido concejal (Burgos es así).
La
cárcel no fue un obstáculo en la carrera de Michel Méndez Pozo. Al
contrario. Tras pasar por la trena, no sólo no se convirtió en un
apestado sino que aumentó aún más su fortuna, sus relaciones y su poder.
En Valladolid, se alió con el grupo PRISA para lanzar otro periódico,
El Día de Valladolid. En Navarra, se asoció con la COPE.
Puso en marcha la delegación autonómica castellanoleonesa para Antena
3, y también pactó con su antiguo rival, el constructor leonés José Luis
Ulibarri, para montar juntos la televisión autonómica semipública –la
paga la Junta– de Castilla y León.
Su grupo de comunicación, Promecal,
también se expandió a Castilla-La Mancha. Allí lanzó varios periódicos
que fueron muy leales al PSOE hasta que ganó el PP. De paso, aprovechó
su presencia en los medios para sacar tajada con sus otros negocios: sus
empresas constructoras están entre las principales deudoras de la quebrada Caja Castilla-La Mancha.
Méndez Pozo también invirtió en dos de los agujeros negros más famosos
de la comunidad: el ruinoso aeropuerto de Ciudad Real y el proyecto de
parque temático "El Reino de Don Quijote".
Burgos
fue y ha seguido siendo el bastión de Méndez Pozo. Con la ayuda del
periódico, se ha impuesto antes y ahora al propio Partido Popular, en
una extraña relación donde un hombre que nunca ha sido militante del
partido es el auténtico poder. Los alcaldes cambian pero Méndez Pozo
permanece. El Diario de Burgos un día calla y al otro se convierte en referente del periodismo de investigación,
al destapar un escándalo con la factura telefónica de uno de los
concejales del Ayuntamiento, casualmente uno con mala relación con el
constructor. De fondo de estos navajazos, un proyecto: el del
aparcamiento en el barrio obrero de Gamonal.
El Vallecas de Burgos
Para
entendernos, Gamonal es el Vallecas (o el Hospitalet) de Burgos: un
antiguo pueblo en las afueras de la ciudad que acabó anexionado por la
capital provincial. El franquismo llevó a Gamonal el mayor polígono
industrial de la ciudad y la inmigración rural convirtió el antiguo
pueblo en un barrio obrero de aluvión, de inmensos bloques de pisos de
ladrillo visto, donde hoy viven cerca de 70.000 personas en la zona más
densamente poblada de la ciudad.
La principal avenida de Gamonal,
esa calle Vitoria donde el alcalde quiere construir el aparcamiento con
bulevar, es la antigua carretera N-1, que unía al antiguo pueblo con la
ciudad. Por las noches, funciona un pactado sistema de aparcamiento en
doble fila. Los vecinos se organizan entre ellos, según sus horarios,
para dejar sus coches sin el freno de mano puesto. El barrio, tan
poblado, apenas tiene aparcamientos. Cuando se construyó, los obreros no
tenían coches. Hoy Gamonal, donde el paro se ha disparado, es el barrio
de Burgos donde más se nota la crisis, donde viven las personas más
castigadas por la situación económica.
Los vecinos se oponen al
aparcamiento porque dejará la mayor vía que une el barrio con el centro
de la ciudad con sólo un carril en cada dirección –ahora hay cuatro–, y
porque se quedarían sin sitio donde aparcar. Los nuevos aparcamientos
serán muy caros: 19.800 euros por cada plaza, que además no es en
propiedad sino en alquiler por 40 años, por lo que después no se podrán
vender con facilidad. Además, los vecinos no entienden que esa obra de 8
millones de euros sea la prioridad en un barrio sin apenas
equipamientos –hay una guardería a punto de cerrar porque faltan unos
míseros 13.000 euros– y en un Ayuntamiento cuyas cuentas están al borde
de la bancarrota.
Por supuesto, detrás del aparcamiento en
Gamonal hay una sombra, omnipresente en la ciudad: la de Méndez Pozo. Ha
sido una de sus empresas la que ha diseñado el proyecto y es la
constructora de uno de sus socios habituales con los que trabaja la que
se ocupará de llevarla a cabo, si es que los vecinos no la logran parar.
El Ayuntamiento confiaba en acabar con las protestas por la
vía habitual: con el apoyo de los medios amigos. En Burgos hay dos
diarios, ambos conservadores. Uno es de un imputado en la Gürtel; el
otro, de un condenado por corrupción. El Diario de Burgos es de Méndez
Pozo y el otro periódico de la ciudad, El Correo, es de su socio en la
televisión autonómica, José Luis Ulibarri, otro constructor leones,
imputado por la Audiencia Nacional en la trama de Francisco Correa y el
Bigotes. El Correo, para más señas, se distribuye de forma conjunta con
El Mundo. Además de con Unidad Editorial, el imputado Ulibarri también
ha cerrado acuerdos con el grupo Vocento –editor de ABC– y ahora está
aliado con EsRadio, la emisora de Jiménez Losantos. Todos estos negocios
entre los editores de Madrid y los prohombres del ladrillo castellano
explican también por qué el nombre de Méndez Pozo apenas se conoce fuera
de Burgos.
Sin embargo, el apoyo de los periódicos de Burgos –como ejemplo sirve este tendencioso artículo en el Diario de Burgos o esta portada de El Correo–
no ha servido en esta ocasión para acallar las protestas. El
Ayuntamiento ha olvidado algo fundamental: que ahora existe internet y
las redes sociales, donde la información es mucho más difícil de
controlar.
Gamonal no es muy distinto a otros barrios obreros
españoles. Pero nadie podría imaginarse que fuese una ciudad
aparentemente tan conservadora y católica como Burgos donde se viviese
un estallido así. Los turistas que visitan la catedral olvidan que un
tercio de sus habitantes viven muy lejos del elegante paseo del Espolón, en el olvidado Gamonal.
El PP está alarmado y ha llamado a capítulo al alcalde de la ciudad, Javier Lacalle.
Su miedo es razonable. Lo que hemos visto en Burgos no es muy distinto a
lo que ha pasado antes en otros disturbios como los de Londres o París.
O a lo que podría pasar en otras ciudades españolas ante chispas tan
aparentemente inocentes como la remodelación de una calle. Por mucho que
el PP quiere mezclar esta protesta con la kale borroka, asegurando que
los jóvenes violentos venían de otra ciudad –han inventado el "turismo
manifestante"–, la realidad es que los detenidos son tan de allí como la
morcilla o la catedral. Es lo que pasa cuando el paro juvenil se
dispara y hay una última gota que desborda el vaso.