"EL PROBLEMA ES LA EXCESIVA RIQUEZA, LA QUE SE PRODUCE A COSTA DE OTROS"
Ángel Gabilondo, ex ministro de educación, es catedrático de
metafísica en la Universidad Autónoma de Madrid, autor de libros y del
blog El salto del Ángel. Abrió el curso en el Foro Gogoa, con una charla
sobre La Educación hoy: desafíos de equidad, calidad y diversidad.
¿Al hablar sobre educación en quiénes piensa usted ante todo?
Estamos
viviendo una crisis de modelos políticos y de valores. En el mundo hay
mucha miseria, ignorancia, dolor, soledad, pobreza y sufrimiento. Pienso
en las personas en mayor necesidad, las más vulnerables, las más
pequeñas, las más solas, las que están en paro; pienso en quienes tienen
menos oportunidades, horizontes y posibilidades. Creo que la cultura y
la educación combaten la miseria y la ignorancia del mundo. Quienes no
queremos que se produzca un modelo depredador y a corto plazo, vivimos
por y para la educación. Y ponemos en primer plano a los más débiles.
¿Por qué reclama con tanta insistencia la palabra?
Hemos
perdido muchas cosas, pero lo más grave sería perder la palabra, que
nos hace vivir y nos humaniza. La mayor pobreza es la falta de palabra.
No habrá ninguna reforma del sistema educativo, ni transformación de la
sociedad, ni desarrollo personal, sin entrenamiento en el amor a la
palabra. Quien es descuidado con la palabra lo es también con el cuidado
de sí mismo.
¿En qué consiste ser educado?
Ser
educado es vivir en verdad. La mentira no es decir lo contrario de lo
que uno piensa. La mentira es vivir lo contrario de lo que uno dice.
Porque nuestro verdadero decir es nuestro obrar, nuestra forma de vida.
Hay quienes piensan que solo es contagiosa la enfermedad. Pero también
son contagiosas la salud y la educación y eso lo experimenta quien está
cerca de personas que conocen y saben vivir. Un buen profesor sabe que
su forma de hablar y todos sus gestos son educativos. Y también sabe que
no se educa solo en horario escolar.
¿Los jóvenes de hoy son educados?
Eso
de hablar mal de los jóvenes se ha dado en todas las épocas. Séneca
decía “los jóvenes de hoy no respetan a la autoridad” y Sócrates, “los
jóvenes ¡cruzan las piernas!” Antes de decir que “los jóvenes de hoy no
tienen valores” deberíamos preguntarnos: “y nosotros, los mayores, ¿qué
tal andamos de valores?”. Hemos puesto como fundamentales los honores,
los poderes, la riqueza, el éxito fácil, el ganar a cualquier precio, el
dominio y la aniquilación del otro, la competitividad sin colaboración
ni cooperación. Esos son valores sociales aceptados con toda
naturalidad. Y sucede que los valores son contagiosos.
¿Ha progresado nuestro país en educación?
Es
buena cosa, al pensar en nuestro país, al que tanto queremos, recordar
de dónde venimos. Y agradecer a tantas personas que han luchado por la
educación y han dado su vida por ella. ¿Recordamos que, en 1978, más del
veinte por ciento de la población era prácticamente analfabeto? Es
verdad que hay miserias y problemas en la herencia recibida, pero
tenemos que ser generosos al juzgar y apreciar los esfuerzos de las
generaciones anteriores. Y el mejor legado que nosotros podemos dejar a
quienes queremos de verdad es la educación. El conocimiento es el mayor
regalo que uno recibe en la vida y sin conocimiento no hay libertad.
Nada esclaviza más que la privación de conocimiento y la mayor de las
exclusiones es la exclusión de la educación. La educación es el mayor
bien, el que verdaderamente generará una vida digna. Pero la humanidad
está también formada por quienes están por venir y por eso hay que
introducir el futuro en nuestras decisiones. A los políticos hay que
decirles: “No pensemos tanto en las elecciones, pensemos más en las
generaciones”.
¿Qué representa la educación en la vida del país?
La
Educación es la mejor política social. Garantiza la libertad y la
igualdad. La escuela es un lugar de convivencia donde se aprende a
respetar la diferencia, sin diferencia de derechos. La educación es
también la mejor política económica y creo que, sin ciencia, sin
investigación e innovación nuestro país no podrá salir de la honda
crisis. Sin educación no puede haber democracia. Pero nuestro país
depende de todo lo que cada uno hagamos. No haremos nada por la
educación si a la vez no nos cultivamos a nosotros mismos. A menudo no
sabemos aprovechar las posibilidades que tenemos. Educar es también
autoeducarse, luchar por sacar lo mejor que hay dentro de nosotros. Y
trabajar en común, cooperando.
Ahora, ¿hablamos más de economía que de educación?
La
economía es una ciencia social abierta a nuestras decisiones. Le
preguntaron a Kant: ¿Usted cree que el mundo va mejor? Y él respondió:
“Eso depende de lo que hagamos”. Es una respuesta que vale para
nosotros. Hay que poner la educación en el corazón de la sociedad y la
economía. No son deseables una economía que solo busca personas
talentosas para que sean rentables, ni una educación que solo pretende
formar dóciles empleados. Tampoco hay que hacer depender del “talento
medido” el itinerario que una persona ha de seguir en la vida. Pero,
evidentemente, se puede desarrollar mejor el talento y podemos todos
mejorar en inteligencia social.
A la vista del reciente informe de la OCDE hay quien insiste en el esfuerzo de los escolares.
Repito
lo que ya dije un día: “A veces nos quieren dar lecciones de esfuerzo
los expertos en palos de golf”. Los que procedemos de familias humildes
recordamos el esfuerzo que hicieron nuestros padres y sabemos el
esfuerzo que nos ha costado a nosotros llegar a ser personas honestas y
competentes. Que no nos roben las palabras. Es indispensable luchar en
la vida, para salir de la pobreza. Pero el problema es la excesiva
riqueza, la que se produce a costa de otros. El horizonte no puede ser
la pobreza, sino la riqueza compartida. En nuestro país hay mucha
moralina y poca ética. La ética es el compromiso social creador de
espacios de justicia y de libertad.
En 35 años ha habido ya siete
leyes de educación. Siendo usted ministro estuvimos a punto de alcanzar
el necesario pacto escolar. ¿Qué lo impidió?
Ese activismo
legislativo es un tema hondo: ¿qué nos pasa como país? Aquí no pasa como
en Finlandia, que tienen un marco educativo establecido hace
veinticinco años y llevan diez evaluándolo. No sabemos en qué curso está
nuestro hijo; un humorista me dijo el otro día “está en tercero de la
LOMCE”. Claro que el asunto no es para bromas. Es legítimo que quien
gobierna dé algunas determinadas normas, pero debemos alcanzar un
consenso. Confundimos el Estado con el Gobierno o con el ministro de
educación. Y, sin embargo, nadie podrá transformar el sistema educativo
sin contar con todos sus agentes. Con mucho esfuerzo, durante nuestro
mandato, teníamos 154 puntos ya acordados y, dejando aparcados sin hacer
casus belli de algunos temas que nos dividían y que se podían aplazar,
pudimos haber logrado el “Pacto Social y Político para la Educación”.
Pero esos acuerdos deben alcanzarse en la primera fase de la
legislatura, no cuando empiezan las encuestas y se prevé una mayoría
absoluta. Hubo también interferencias no políticas. Hay un afán por
conformar conciencias más que por fomentar la autonomía de las personas.
¿Hasta dónde persiste el problema religioso en España?
Constato
que en nuestro país hay demasiados clericales y anticlericales y muy
poco laicismo, que es el respeto para las diferentes creencias y
posiciones de los otros. Claro que hay clérigos muy abiertos y
tolerantes, como hay anticlericales que se creen laicos.
¿Es posible avanzar juntos?
El
pacto es el único camino y más en una España de las autonomías. Y eso
se logra con la intervención de todos en los procesos de elaboración de
acuerdos. El acuerdo es muy difícil políticamente y la ciudadanía lo
tendrá que reclamar y hacer valer socialmente. Pero, en general y en
cualquier ámbito, no solo en el educativo, en nuestro país cuesta mucho
alcanzar acuerdos. Falta voluntad de acordar; hay mucha gente que acude a
las citas sospechando de las personas con las que se va a reunir. No
soportamos a quienes piensan de modo distinto, les descalificamos y
marginamos de manera constante. Eso se combate con más educación. Yo
propongo a todos un ejercicio: que todos los días hablemos bien de
alguien, siquiera un ratito.
¿Se puede reformar la vida política?
Claro
que sí. Es necesaria una nueva ley de partidos. Pero hay dos cosas que
hacen difícil un correcto ejercicio de la política. El reglamento del
Congreso -que es decimonónico y muy rígido- y el formato de los
“debates” en los medios de comunicación. No se producen verdaderos
debates, cargados de datos y razones, sino algarabía de voces que hablan
todas a la vez sin escucharse, confrontación y descalificación
constante. En nuestro país hay cierta paz política hasta que algún grupo
hace una propuesta, a la que, enseguida, los demás suelen oponerse por
sistema. La educación tiene que enseñarnos a escuchar a los demás y a
debatir con argumentos.
¿Cuáles son las claves de la educación?
Conocimientos,
competencias y valores deben ir de la mano, en equilibrio. El
conocimiento no es patrimonio particular de nadie, nos pertenece a todos
y a todas. Hay cosas que solo se tienen si se dan. El conocimiento,
igual que pasa con el amor, solo se tiene cuando se da, cuando se pone
en circulación. Y, para mejorar y ampliar el conocimiento, debemos
despertar la curiosidad, que consiste en imaginar que las cosas pueden
ser de otra manera distinta a como son. El buen maestro no es el que
dice “hazlo como yo”, sino el que dice “hazlo conmigo”. El sueño de un
buen educador es arrancar a alguien del limitado horizonte en donde se
encuentra, para ir con él a otro sitio. Es mejor perder con alguien que
ganar solo. La vinculación con el bien común, liberándonos del
individualismo, es una de las tareas fundamentales de la educación.
¿Cómo entiende usted la calidad de la educación?
Yo
estoy a favor de la calidad, de la excelencia. Pero no estoy de acuerdo
con vincular la calidad únicamente a los resultados. La calidad es una
buena relación entre los objetivos, los medios, las medidas, los
recursos y los resultados. Según en qué contextos puede ser calidad
obtener resultados distintos. La calidad sin equidad es elitismo y
discriminación. Más que el abandono y el fracaso escolar, me preocupa un
sistema educativo que abandona a los escolares en su camino. Nuestro
país es refractario a los ideales de la ilustración: libertad, igualdad,
fraternidad. Tenemos que convencernos de que todos somos iguales y
debemos ser más fraternos porque, como decía Kant, “Ningún ser humano es
un medio, cada ser humano es un fin en sí mismo”. Decir esto no es
adoptar una posición banderiza. Todos somos imprescindibles,
insustituibles, cada uno con su diversidad y, como dice René Char,
“tenemos derecho a desarrollar nuestras legítimas rarezas”.
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