Vicenç Navarro, en Publico.esEs una suerte tener aún
economistas que se salen del pensamiento único y nos ayudan a descubrir
la realidad de una pseudociencia al servicio de los amos.Las
desigualdades en la mayoría de países a los dos lados del Atlántico
norte, Norteamérica y la Unión Europea, han crecido enormemente,
alcanzando unos niveles nunca vistos desde principios del siglo pasado,
cuando tuvo lugar la Gran Depresión. Este crecimiento ha sido
particularmente acentuado en los países conocidos como PIGS (Portugal,
Irlanda, Grecia y España), que se convierten en GIPSI cuando se añade
Italia.
¿Por qué este crecimiento tan notable?
Existe ya
toda una extensa bibliografía que intenta explicar este hecho. Una
síntesis de las distintas razones que se han dado aparece en el discurso
que el Premio Nobel de Economía, James Alexander Mirrlees, dio con
motivo de su ingreso a la Real Academia de Ciencias Económicas y
Financieras, y que se publicó en La Vanguardiael 23 de marzo de 2014. Es
un resumen de lo que constituye la sabiduría convencional en el
conocimiento económico actual. El problema que conlleva y reproduce este
conocimiento hegemónico es que ignora el contexto político, que
condiciona y determina el conocimiento económico.
Por ejemplo,
una de las explicaciones que se han dado con mayor frecuencia para
explicar la disminución de los salarios (una de las mayores causas del
crecimiento de las desigualdades) es la globalización económica, con la
movilidad de capitales que se desplazan a países de bajos salarios para
abaratar sus productos. Pero esta explicación ignora que los países
escandinavos como Suecia o Noruega, por ejemplo, están entre los países
más globalizados del mundo. Es decir, sumando sus exportaciones e
importaciones se alcanzan los porcentajes del PIB de los más altos
existentes en el mundo. Debido a su pequeño tamaño, la economía de estos
países está enormemente integrada y globalizada. Y, en cambio, sus
salarios están entre los más elevados del mundo. Y ello se debe a que el
mundo del trabajo y sus instrumentos políticos y sindicales son muy
fuertes y han ejercido una fuerte influencia sobre sus Estados.
Estos
datos muestran que no es la globalización económica en sí, sino la
manera como se realiza tal globalización, la que determina el nivel
salarial. En otras palabras, son las variables políticas (lo que se
llama el contexto político) las que determinan el fenómeno económico (y
no a la inversa). Esta realidad constantemente es olvidada incluso por
autores progresistas, como Christian Felber, que en su conocido libro La
economía del bien común apenas toca el contexto político, reduciendo su
libro a un tratado de ingeniería económica sin considerar las variables
políticas que harían posible su realización.
Por qué los indicadores de desigualdad que se utilizan no nos sirven para entender la desigualdad
Esta
ignorancia o desconocimiento del contexto político ha llevado al
establecimiento de unas ciencias económicas que nos limitan en el
entendimiento de las desigualdades. Comencemos por el estudio de los
indicadores de desigualdad. El más común para medir las desigualdades de
renta es el coeficiente de Gini, que intenta medir el nivel de
desigualdades mediante un valor que va de 0 a 1. 0 quiere decir igualdad
completa y 1 desigualdad total. En general, el Gini es más bajo en los
países escandinavos que en los países PIGS o GIPSI.
Ahora bien,
sin negar que este indicador pueda sernos útil, la realidad es que la
información que nos proporciona es muy limitada, pues no nos señala por
qué este nivel está donde está ni por qué varía. Para poder entender y,
por lo tanto, medir mejor las desigualdades, hay que comenzar por
entender de dónde proceden las rentas. Y las dos fuentes más importantes
son la propiedad del capital, por un lado, y el mundo del trabajo, por
otro. Es decir, la desigualdad en la distribución de las rentas depende
primordialmente de la distribución de la propiedad del capital y de la
distribución de las rentas del trabajo. La relación de poder entre las
fuerzas del capital, por un lado, y las fuerzas del trabajo, por otro,
es lo determinante en la distribución de las rentas en un país. La
evidencia de que esto es así es abrumadora y, en cambio, el lector
raramente lo leerá en los mayores medios de información.
En
realidad, este hecho es una de las razones que explica la falta de
atención (cuando no abierta hostilidad) que el tema de las desigualdades
tiene dentro de lo que se llaman “ciencias económicas”. Como dijo hace
unos años el Premio Nobel de Economía Robert Lucas (miembro del consejo
científico de uno de los centros más importante y prestigiosos de
investigación económica en España, la Barcelona Graduate School of
Economics) “una de las tendencias perniciosas y dañinas en el
conocimiento económico… en realidad, venenosa para tal conocimiento, es
el estudio de temas de distribución” (Robert Lucas, “The Industrial
Revolution: Past and Future”. Annual Report 2003 Federal Reserve Bank of
Minneapolis, May 2004).
A los economistas próximos al capital
les molesta que se investiguen las causas de las desigualdades pues la
evidencia científica muestra que la principal causa de su crecimiento ha
sido, precisamente, el enorme crecimiento de las rentas del capital a
costa de las rentas del trabajo, hecho que es consecuencia del gran
dominio de las instituciones políticas y mediáticas por parte del
capital, dominio que ha diluido y violado el carácter democrático de las
instituciones representativas de los países donde el crecimiento de las
desigualdades ha tenido lugar (ver el excelente libroCapital in the
Twenty-First Century, de Thomas Piketty, 2014).
Es más, el
protagonismo del capital financiero (y muy en particular de la banca)
dentro del capital, junto con el descenso de las rentas del trabajo,
generador del descenso de la demanda, explica el comportamiento
especulativo de ese capital, origen de la enorme crisis, tanto
financiera como económica (y, por lo tanto, política), que estamos
viviendo. El lector puede así entender por qué el Sr. Lucas y un gran
número de economistas próximos al capital no quieren ni oír hablar de
temas de desigualdades, porque, por poco que se mire, se ve claramente
el origen de tanto sufrimiento que las clases populares están
padeciendo, que no es otro que el enorme dominio que el capital tiene
sobre las instituciones del Estado.
La concentración del capital
Permítanme
que me extienda en estos puntos. Es bien sabido que la propiedad del
capital está mucho más concentrada que la distribución de las rentas.
Así, el 10% de la población en la mayoría de países de la OCDE (el club
de países más ricos del mundo) tienen más del 50% de la propiedad del
capital. En España, uno de los países con mayor concentración, tiene
alrededor del 65% (tabla 7.2 en el libro de Piketty). Por otra parte, la
mitad de la población en su conjunto no tiene ninguna propiedad: en
realidad, está endeudada. De esta concentración se deriva que cuanto
mayor es el porcentaje de las rentas que derivan del capital, mayor es
la desigualdad en la distribución de las rentas. Es lo que solía decirse
que cuanto mayor poder tiene la clase capitalista (término que ya no se
utiliza por considerárselo “anticuado”), mayores son las desigualdades
en un país.
Naturalmente que estas desigualdades entre el mundo
del capital y el del trabajo no son las únicas que explican las
desigualdades de renta en un país. Pero sí que son las más importantes.
Les siguen las desigualdades dentro del mundo del trabajo, que se
reflejan predominantemente en la extensión del abanico salarial. Pero
incluso estas dependen de las fuerzas derivadas del capital. Cuanto
mayor es el poder de la clase capitalista, mayor es la dispersión
salarial, hecho que la economía convencional atribuye a su hincapié en
estimular la eficiencia económica, aun cuando la evidencia científica
muestra que no hay ninguna relación entre dispersión salarial y
eficiencia económica. En realidad, algunas de las empresas más
eficientes (como las cooperativas del grupo Mondragón) son las que
tienen menor dispersión salarial. El objetivo de esta dispersión no es
económico sino político: el de dividir y, por lo tanto, debilitar al
mundo del trabajo.
Esta observación, por cierto, explica las
limitaciones de aquellos autores que ciñen la definición del problema al
1% de la sociedad, eslogan generado por el movimiento Occupy Wall
Street y que ha sido importado a España. El sistema económico se
sostiene precisamente por la lealtad del siguiente 9% superior de renta,
que deriva sus rentas del trabajo, pero cuyo poder y permanencia
dependen de su servicio al 1%. Los grandes gurús mediáticos, por
ejemplo, reciben salarios elevadísimos cuya cuantía no deriva de su
competencia o eficiencia, sino de su función reproductora de los valores
que favorecen los intereses del 1%.
En conclusión, las causas de
las desigualdades son políticas y tienen que ver predominantemente con
el grado de influencia política que los propietarios del capital tienen
sobre los Estados. Cuanta mayor es su influencia, mayor es la
desigualdad social. El hecho de que estas hayan crecido enormemente
desde los años 80 se debe al cambio político realizado por el Presidente
Reagan y la Sra. Thatcher –la revolución neoliberal–, que fue y es la
victoria del capital sobre las fuerzas del trabajo, victoria que
continúa debido a la incorporación de los partidos de centroizquierda
gobernantes al esquema neoliberal promovido por el capital. Cada una de
las políticas neoliberales (los recortes del gasto público y
transferencias sociales, la desregulación del mercado de trabajo, el
debilitamiento de los sindicatos, la descentralización e
individualización de los convenios colectivos, la bajada de salarios y
otras medidas) repercute en el beneficio del capital y su concentración a
costa de las rentas del trabajo. Son políticas claramente de clase que
no se definen con este término por considerarlo “anticuado”. Es
precisamente resultado de la enorme influencia del capital que tal
terminología se considere anticuada. Es predecible que los portavoces
del capital así lo presenten, pero es suicida que los portavoces de las
izquierdas, en teoría próximas a las clases populares, también
consideren estos términos anticuados. Confunden antiguo con anticuado.
La ley de gravedad es antigua pero no es anticuada. Si usted lo duda es
fácil de comprobar: salte de un cuarto piso y lo verá. Y esto es lo que
está ocurriendo con gran número de las izquierdas gobernantes en España y
en Europa. Están cayendo del cuarto piso y todavía no se han dado
cuenta del porqué. Le agradecería al lector que les enviara este
artículo.
Vicenç Navarro – consejo científico de ATTAC.
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor
de Public Policy. The Johns Hopkins University